A menudo me pregunto, ¿qué debo hacer para comunicarme de manera eficaz con esa persona tan diferente, o que vive en una realidad paralela tan ajena a la mía? Para ello suelo utilizar unas normas que intentaré resumir en forma de decálogo.

La primera premisa es: tener paciencia. La opción contraria a las premuras de una sociedad actual, impregnada por la inmediatez y las prisas. La paciencia implica muchas veces ser tolerante y transigente.

La segunda es concretar lo más posible los hechos de la realidad circundante sobre los que podremos construir un contexto común de interlocución. Esta se une al tercer requisito: escuchar el doble de lo que hablamos es una condición para establecer diálogos productivos, alejándose de los monólogos encadenados.

Atender las conversaciones, las quejas y reclamaciones de los integrantes en la conversación (cuarto postulado) se ensambla con una característica que a veces resulta muy difícil de implementar: una apuesta por la humildad y la reflexión sobre los postulados propios como herramienta de la interacción con nuestros interlocutores (quinta recomendación).

Las percepciones de tus interlocutores deben ser analizadas. Para ello tenemos que profundizar en el conocimiento y desarrollar aquellas parcelas menos trabajadas. En séptimo lugar, reconocer que buena parte de la comunicación se desarrollar en el área no verbal. Hay que saber leer la gestualidad, lo que implica conocer las reglas de la prosémica y la kinésica como ciencias del comportamiento.

Aceptando las premisas anteriores, el octavo paso es entender que toda comunicación se desarrolla en entornos públicos y por tanto se hace necesario conocer las bases de las artes escénicas lo que conlleva estar al corriente de las características del entorno concreto donde se desarrolla la conversación y de los diversos escenarios alternativos posibles. Para ello se hace imprescindible apartar el miedo escénico de nuestro comportamiento superando las turbaciones que podamos tener interiormente.

El punto noveno consiste en saber dirigir la conversación, apuntando los temas de interés, pero ¡atención! sin erigirse en el centro. Para ello se usan técnicas como las preguntas neutras, los cambios de temáticas conversacionales, ampliando el círculo a nuevos interlocutores, etc.

Como último aspecto, que deviene en primero y principal y, de esa manera, se cierra el círculo, hay que tener claro y prefijados los objetivos que se pretenden lograr en toda conversación. Antes de iniciarla preguntarse ¿qué información pretendo obtener?

Todo ello se debe establecer en un entorno de comportamiento ético donde las malas prácticas, como la mentira o el engaño, deben estar ausentes.

En suma, ¿de qué sirve saber, si uno no sabe cómo comunicarlo? ¿de qué sirve tener la razón si no se sabe transmitir con eficacia? Por tanto, hay que dominar la escena, las palabras, el lenguaje no verbal… Todo ello se muestra como vital para obtener tus objetivos.

Dr. Joaquín Marqués
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