Si la velocidad a la que se ha movido la sociedad en esta década nos parece muy rápida, nos quedaremos pasmados con lo que pasará en la siguiente. La llegada del Internet de las Cosas (IoT) acelerará todo mucho más afectando a todos los sectores productivos. Como dice el presidente de Corporate Excellence, Jaume Giró y director general de la Fundación Bancaria ‘La Caixa’, “de esto solo nos salva formar a ciudadanos más preparados con un tipo de educación con cuatro características principales, más allá de la memorística: pensamiento crítico; creatividad; competencias en habilidades comunicativas; y trabajo colaborativo”.

Las universidades y escuelas de negocios están preparando los profesionales del futuro en muchos casos como si fueran ‘profesionales del pasado’. No tanto en el plano estrictamente técnico, donde la actualización de conocimientos en cada materia se va produciendo, sino más bien en cuanto a las habilidades relacionales que requiere esa nueva sociedad en formación.

Las habilidades comunicativas han devenido en una cualidad sustancial, esencial de todo profesional, con independencia de cuál sea su especialización. La necesidad de saber establecer y mantener diálogos emocionalmente positivos en todos los entornos donde se relaciona, resulta imprescindible para progresar en sus responsabilidades laborales.

Estas habilidades no tienen por qué ser innatas. Son competencias que se pueden, y deben, aprender. Y no solamente deben desarrollarse por los líderes. Son muy necesarias en muchas profesiones. Pensemos, por ejemplo, en el ámbito de la salud; o en la enseñanza; o en la función pública, etc.

Existen múltiples maneras de desarrollarlas, pero es aconsejable iniciarse desde temprana edad.

El concepto de ‘espíritu crítico’ o ‘pensamiento crítico’, como lo define Giró, viene a ser una cualidad que incluye tres procesos: contrastar los datos e informaciones que recibe no aceptándolos sin más. Para ello debe proceder a, por un lado, consultar diversas fuentes y, por otro, profundizar en los hechos para extraer su veracidad. No se trata de cuestionarlo todo. Debe ser una habilidad a medio camino entre la obediencia ciega y la oposición por sistema.

La habilidad creativa, la Creatividad, es de esos conceptos que todo el mundo entiende de manera general pero muy difícil de definir y acotar. En el contexto que tratamos aquí pretende ser la cualidad de aquellas personas que aportan ideas novedosas (por tanto, nada comunes) a la organización aportando respuestas a problemas existentes. Se caracteriza por “la originalidad, el espíritu de adaptación y el cuidado de la realización concreta” decía Donald Mackinnon. Además, sirve como motor de desarrollo personal.

El trabajo colaborativo, a diferencia del trabajo en equipo (utilizado para la optimización de resultados), pretende que los integrantes aporten ideas y conocimientos para lograr un bien común. No siempre existe un liderazgo y si se produce aparece de manera espontánea. Se trata de implicar a todos los miembros a través de un diálogo fructífero. Para ello resulta imprescindible que exista un entorno de colaboración y respeto mutuo (propositivo) junto a un sentimiento de solidaridad. A través de la colaboración los conocimientos individuales se traspasan al grupo de manera que todos los integrantes acaban aprendiendo y consiguiendo en conjunto una solución más enriquecida.

Ese ‘nuevo mundo’ que se nos viene encima, tal como apunta Giró, exige estar suficientemente preparado. Con competencias que quizás antes la sociedad no exigía. En el fondo se trata de dar siempre un poco más de lo que esperan de ti. Y sin esperar una recompensa inmediata. Para ello es necesario formarse continuamente a lo largo de toda la vida. Exigencias del siglo XXI.

Para más información.
https://revistadepedagogia.org/wp-content/uploads/2018/04/2-La-Creatividad-y-su-Evaluaci%C3%B3n.pdf
https://www.redalyc.org/pdf/4766/476648794008.pdf

Dr. Joaquín Marqués
Twitter: @Quim_Marques

LinkedIn: www.linkedin.com/in/joaquimmarques

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