l Internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés) no está tan cercano como desde muchos ámbitos se plantea. La interconectividad de los objetos, un desiderátum que revolucionaría la hiperconectividad en el planeta, significa que las cosas dispongan de conectividad a Internet en cualquier momento y lugar mediante una serie de redes que preferentemente serían inalámbricas.

La posibilidad que un sinfín de objetos estén conectados de manera permanente aportaría un raudal astronómico de datos, situación que posibilitaría una gestión mucho más eficiente lo cual transformaría la forma de hacer negocios. Algunos estudios estiman que en 2020 podrían existir hasta 50.000 millones de objetos conectados.

El problema para una implementación real de IoT no estriba en la necesidad que ingentes millones de cosas necesiten dispositivos de conexión, tema ya de por sí de difícil implementación aunque con la robotización y miniaturización progresiva de los dispositivos resulta factible, sino de otro aspecto mucho más profundo: la necesidad de disponer de suficientes direcciones de internet, también conocidas como IP (Internet Protocol).

Y es que las IP, tal como se conocen actualmente, se han agotado. Cada ordenador, router, impresora, móvil… tiene asignado un número diferenciado que sirve para identificarlo y localizar el lugar en que se encuentra. En la actualidad la tecnología que soporta este protocolo es conocida como IPv4, que tiene una capacidad limitada a algo menos de 4.300 millones de direcciones.

Es por ello que para que IoT sea una realidad antes se deba evolucionar desde la versión 4 (conocida como IPv4), a la sexta (IPv6), operativa desde mediados de 2012. Este último protocolo ampliaría la capacidad de direcciones hasta los tres mil 400 sextillones lo cual resolvería el problema. La primera versión de IP se creó en 1979. Desde entonces se han ido evolucionando al socaire de las necesidades y las posibilidades de desarrollo tecnológico. La versión 5 no pasó nunca de ser experimental por lo que la evolución de IPv4 debe ser la IPv6.

Inicialmente no parece un problema grave. Se implementa el nuevo estándar y asunto resuelto. Pero son pocos los que se han decidido a evolucionar. No llega al 15%, según Google, las direcciones IP que ya utilizan IPv6 en todo el mundo. En España el 0,12%. ¿Por qué si el IPv4 es un sistema agotado (no quedan direcciones por asignar y se reutilizan) las empresas, instituciones, particulares… no apuestan por usar IPv6?

Cada dirección IP, en la versión 4, está formada por cuatro grupos de números que varían desde 0 hasta 255 dando como resultado una dirección que, como máximo, puede llevar 12 dígitos. En la versión 6 esta dirección es alfanumérica y puede alcanzar hasta 32 dígitos (considerablemente más largo).

Ello implica una serie de retos que aún no han sido resueltos. El principal es la seguridad. Por esa razón muchas corporaciones tienen miedo a la fuga de datos. Ipv6 debe incorporar IPsec, un sistema de cifrado en el proceso de transmisión de datos, que debe certificar que no pueda modificarse durante el desplazamiento digital. Otro riesgo no resuelto aún es la cohabitación durante unos años de ambas versiones y la problemática de acople con lo cual los datos pueden quedar expuestos a accesos indebidos. Hay muchos negocios que no se pueden permitir el riesgo.

Además, hay que recordar que gran parte de las conexiones a Internet se realizan desde redes inalámbricas. El IoT demandará mayores capacidades de red que no podrá cubrirse con velocidades de 4G por lo que se debería pasar del 5G (banda ancha ultrarrápida) hasta 200 veces más rápido que la conectividad a través de 4G. Un ejemplo: descargar un archivo multimedia de unos 800 MB. En 5G en apenas un segundo En 4G se tarda una media de 30 segundos. Pero esa es otra historia que dejamos para un artículo posterior.

Doctor Joaquim Marquès

Twitter: @Quim_Marques

Entradas recomendadas